domingo, 30 de julio de 2017

Los tipos duros no bailan – Norman Mailer


“Se me ocurrió que apenas si sabía usar un rifle, y que no tenía demasiada buena puntería con mi pistola. Por otra parte, no me había liado a puñetazos con nadie desde hacía cinco años. Gracias a la bebida y el tabaco, debía de tener un hígado el doble de grande de lo normal. A pesar de todo, el pensamiento de enfrentarme a Regency me devolvió un poco de mi antiguo valor. Ni antes ni ahora había sido lo que se dice un luchador, pero los años que pasé trabajando en bares me habían enseñado algunas tácticas, que la cárcel se encargó de perfeccionar, hasta el extremo de convertirme en un verdadero manual de trucos sucios. ¡Así es la vida! Me había comportado de un modo tan brutal en mis últimas peleas callejeras, que al final tenían que separarnos. Algo de la sangre de mi padre debía de haber pasado a mis venas y, al parecer, había heredado su código de conducta. Los tipos duros no bailan.”

sábado, 22 de julio de 2017

Garbanzos en el alma


Uno siempre se preguntará, del mismo modo que todos sus fannes, lo que hubiera sido capaz de crear este hombre si la parca no se lo hubiera llevado tan y tan pronto. Aquí, reconozcámoslo, ha conseguido superarme en el tercio final después de recorrer media Europa junto a Martín de Viloalle (el prota), sitúense en 1767, desde su Galicia natal (novicio jesuita con ínfulas pictóricas) hasta la vasta Roma (donde abandona un poquito del todo la fe) pasando después por ciertos lugares de Alemania, Dinamarca, París mon amour… Bueno,  la ‘culpa’, en mi opinión –entrecomillo, eh?-, es de Welldone (el mentor del prota), un personaje sobrecogedor en su sabiduría de buscavidas supremo (Logia Masónica presente) que acaba desarbolando cualquier intento de lectura plácida, lo cual no tiene que ser necesariamente un defecto –conste en acta reseñada este estímulo intelectual-; tanta, Naturaleza Supracultural quiero decir, que puede llegar a abrumar a cualquier lector desprevenido; digamos que impresiona sobremanera la utilización del lenguaje del que hace gala Casavella, de una riqueza descomunal dicho sea de paso, eso, por sí solo, ya hace que este sea un libro recomendable 100%, claro, aunque personalmente siempre aconsejaría el paso previo o peaje obligatorio que supone “El día del Watusi”, novela por la que apuesto a muerte si hablamos de Masterpieces totales, cumbres literarias y tal.

Este es un libro sorprendente en cuanto al cambio de registro con respecto al grueso de la obra del autor ya que podríamos etiquetarla dentro de la novela histórica (muy bien documentada como podrán apreciar los amantes del género), pero también podría englobarse dentro de la novela de aventuras (la primera parte, la que más me gustó, donde conocemos las vicisitudes del crecimiento del joven Martín en el pazo gallego de los Viloalle), pero en todo caso es una lectura de densidad extrema en algunos de sus pasajes (hay una cierta irregularidad entre capítulos capaces de llevarnos de lo supremo, en cuanto a goce lector, al tedio de lo ‘excesivamente sobrecargado’ y vuelvo a entrecomillar), quedan avisados, y con esto vuelvo a hacer mención a la delirante sabiduría del personaje de Welldone (que es inglés pero domina todos los idiomas, entre ellos el castellano, donde de la mano de Casavella me ha hecho aprender una larga, interminable, serie de palabras maravillosas de esas que uno agradece sobremanera descubrir…), y también será una novela de culto, todas las suyas tienen inevitablemente ese adjetivo pegado a sus costuras, para quién ose adentrarse en los secretos que esconde. Es una apuesta de riesgo, sí, pero la recompensa obtenida al cerrar la contraportada bien vale la pena.

Sé alguna cosa más sobre los vampiros, desengáñense quienes los busquen en esta lectura de título tan ‘impostado’, pero me temo que hasta aquí puedo contar al respecto. Respeto total y culto inmediato hacia la figura de Francisco Casavella, un autor a reivindicar desde cualquier plataforma donde la literatura sea protagonista, Pluma Maestra sin ningún tipo de duda.-


martes, 11 de julio de 2017

El mundo de la tarántula - Pablo Carbonell


     “La luz de Cádiz es un acontecimiento, un suceso extraordinario. Una luz transparente que se podría beber en catavinos, cristalina, brillante. La luz del reflejo del mar que rodea Cádiz rebota en el cielo para repartir una alegría y una forma de vivir que es más que una filosofía. La luz es un sentimiento. Como el amor, el frío, la soledad o el éxtasis.
     La playa era el patio de mis juegos. Me gustaría pensar que el primer recuerdo que tengo es el de mis padres enterrando un melón en la orilla para refrescarlo y que nos comeremos después toda la familia, sentados en la arena. La luz es dorada en ese momento. Las imágenes están grabadas con un tomavistas de ocho milímetros que nunca tuvimos y las guardo en mi memoria, con los fotogramas lavados del primer Technicolor.”

Flanes de arena

domingo, 9 de julio de 2017

30 monedas de plata

-         Harmónica: La recompensa por este hombre son 5.000 dólares, ¿no?
-         Cheyenne: Judas se conformó con 4.970 dólares menos.
-         Harmónica: No había dólares en aquella época.
-         Cheyenne: Pero sí hijos de puta.


El otro día volví a ver “Hasta que llegó su hora” – Sergio Leone (1968), no hay nada como rescatar un viejo western de aquellos inmortales para darse cuenta de que, a pesar de lo que cantara Dylan es su momento, los tiempos no han cambiado demasiado o, al menos, no tanto como deberían haberlo hecho…

viernes, 7 de julio de 2017

El tiempo de los melocotones


Leyendo y casi que recomendando desde ya “El mundo de la tarántula” – Pablo Carbonell. Los 80’ es lo que tenían… y uno nunca jamás olvida además lo que siempre tuvo: Anarkía… ¿ande vas? Cuando lo acabe ya me escojo un fragmento si eso, mientras tanto dejo un txupitomusical.

-         What’s up? Whassap?
-         Valeeee, ahora bajo…

sábado, 1 de julio de 2017

M Train – Patti Smith


     “Las semanas siguientes me senté a mi mesa del rincón y no leí a nadie más que a Murakami. Levantaba la cabeza el tiempo justo para ir al aseo o pedir otro café. Baila, baila, baila y Kafka en la orilla siguieron rápidamente a La caza del carnero salvaje. Y por fin, fatídicamente, empecé Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Ese fue el libro que me perdió, pues disparó una trayectoria irrefrenable, como un meteoro lanzado a un sector de tierra yerma y realmente inocente.
     Hay dos clases de obras maestras. Están las obras clásicas, colosales y maravillosas como Moby Dick, Cumbres borrascosas o Frankenstein o el moderno Prometeo. Y luego está la clase de obras en las que el escritor parece infundir energía viva a las palabras mientras que el lector es centrifugado, escurrido y tendido a secar. Libros devastadores, como 2666 o El maestro y Margarita. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es uno de ellos. En cuanto lo terminé me vi obligada a leerlo de nuevo. De entrada, no tenía deseo alguno de abandonar su atmósfera.”