“Se me ocurrió que apenas si sabía usar un rifle, y que no
tenía demasiada buena puntería con mi pistola. Por otra parte, no me había
liado a puñetazos con nadie desde hacía cinco años. Gracias a la bebida y el
tabaco, debía de tener un hígado el doble de grande de lo normal. A pesar de
todo, el pensamiento de enfrentarme a Regency me devolvió un poco de mi antiguo
valor. Ni antes ni ahora había sido lo que se dice un luchador, pero los años
que pasé trabajando en bares me habían enseñado algunas tácticas, que la cárcel
se encargó de perfeccionar, hasta el extremo de convertirme en un verdadero
manual de trucos sucios. ¡Así es la vida! Me había comportado de un modo tan
brutal en mis últimas peleas callejeras, que al final tenían que separarnos.
Algo de la sangre de mi padre debía de haber pasado a mis venas y, al parecer,
había heredado su código de conducta. Los tipos duros no bailan.”