“¡Dios mío! ¡Cuántos años han pasado desde entonces!
¿Quince? ¿Veinte? ¡Oh, sí, el tiempo, ése es el gran enemigo a batir! Usted
sabrá disculparme, señorita, pero de vez en cuando, y sin ningún motivo
aparente, uno no puede evitar volver la mirada al pasado. Evocamos los tiempos
que se fueron y nuestros corazones se convierten en inmensas necrópolis,
nuestra soledad se hace todavía más profunda. Sí, señorita, lo reconozco, de
pronto me he puesto triste, siento incluso ganas de echarme a llorar. Puede que
sea el tiempo. Estas tardes de lluvia acaban inundándonos de nostalgia y
lloramos pecados que nunca hemos cometido. ¡Ah, sí! ¡Debe de ser maravilloso,
en tardes como las de hoy, mientras llueve en las calles y el viento se lleva
las últimas hojas de las ramas, tener muy cerca a una mujer como usted que no
se canse de repetirnos que el otoño no significa el fin, sino sólo el puente
necesario para llegar a una nueva primavera!”