“Graham Greene escribió: ‹‹Hay una astilla
de hielo en el corazón de todo escritor.›› Es cierto en mi caso. La astilla lo
atraviesa de lado a lado, como un pincho moruno. No existe un solo evento que
precipitara mi corazón a esa Era Glacial parcial que padezco; esa zona
antártica donde no existe el perdón. Pero es posible, asimismo, que algunos de
los puñetazos que recibí de niño contribuyeran al descenso progresivo de la
temperatura ventricular. Que helaran mi corazón. Que me atrapasen, como en los
conjuros demoníacos de John Constantine, dentro de un estrecho círculo de
empatía donde no cabía casi nadie. Porque allí dentro nadie podía dañarme, y el
derecho de admisión estaba reservado. Para todo el mundo, para siempre.”