A de Alzheimer

A mi madre.
Alzheimer Martínez empezó a darse
cuenta de que algo no funcionaba del todo bien el día en que perdió su
apellido. También creyó recordar que, en otro tiempo, tuvo un nombre distinto,
aunque, últimamente, el minúsculo mundo que le rodeaba insistió en rebautizarlo
así: Alzheimer.
Empezó a olvidar el estrés y la
velocidad de crucero que marcaban los tiempos modernos y, a cada nueva jornada
transcurrida, se dejaba abrazar por aquel pasado, remoto e ignoto, que en algún
momento formó parte de su vida, como quien revisita una antigua película en
busca de alguna escena inmortal que pudiera haberle pasado desapercibida en su
momento.
En el hogar de su reposo interior
todo transcurría con una lentitud exasperante, rutinaria e insolente como la
intimidad de un matrimonio mal avenido. Olvidó el implacable paso de los días y
perdió la aguja del minutero en alguna duna de su reloj de arena.
Alzheimer se escribe sin hache,
aunque la tenga intercalada, pensaba su hijo, reflexionando entre calada y
calada. Su padre, niño de libre albedrío en la elección de su epitafio, pronto
seguiría la estela de aquella mujer que siempre le ofreció cobijo cuando más
apretaba el frío de la existencia: Euthanasia Sánchez. El luto.