Barómetro no mide bajas
pasiones.
El palabro ha sobrevivido a mil tormentas marinas, aunque no haya acabado de expulsarse el salitre que supone el peligro de extinción. Pregúntenle al viento por el secreto de su significado y escuchen atentamente la respuesta: Dícese del receptáculo, herméticamente sellado con clave inversa, que las antiguas embarcaciones situaban estratégicamente cerca del timón de mando y que contenía en su interior una serie de cuadernos, ordenados cronológicamente, donde se anotaban todas las vicisitudes ocurridas durante una travesía cualquiera.
Cuando el canto de la mar, tan
humillada en nuestro delirio moderno, dejó de seducir al ser humano y la
navegación pasó a desarrollarse en el ciberespacio, los intrépidos marineros,
aquellos que mercadearon sus plumas extirpadas de las alas de algún cisne
desprevenido, intercambiándolas por las nuevas tintas de fosforescencia virtual
de los ordenadores, encerraron sus escritos en bitácoras o blogs personales, a
gusto del comunicador, para compartirlos con el millón de amigos de turno.
Arcanas arcas de Noé vendidas al
mejor postor, náufragos perdidos en su insondable soledad. En la intimidad de
un hipotético espacio personal, donde gustaban de compartir sensaciones
enrevesadas compitiendo con el surco endemoniado de las aguas del autoconocimiento
ilimitado, debieron aprender a recordar la ruta de arribada hasta aquel puerto
olvidado en el que un lejano día soñaron con anclar definitivamente.
Haz de luz de un blanco
inmaculado surgiendo de las fauces de un faro denostado. Hoja virgen de papel
que construye un barquito a la deriva.