Hirayama curra en uno de esos
trabajos que alguien tiene que hacer: limpiador de baños públicos en Tokio, la
gran metrópolis por excelencia del mundo moderno y paradigma de lo que el ser
humano es capaz de construir a la hora de convivir en sociedad. Es un tipo
reservado y metódico −apenas habla− y culto −le flipa la música, los libros, la
fotografía y los árboles−, que vive de modo austero en su pequeño apartamento
desde donde va arrancando hojas al calendario vital mientras el mundo sigue
girando ahí fuera. Con esta sencilla premisa Wenders nos introduce, a través de
una radiografía precisa del día a día de su protagonista, en una exquisita historia,
sumamente humana, demasiado humana que diría Nietzsche.
Confirmado el regreso por la
puerta grande de Wim Wenders a ese cine de autor minimalista que tanto
echábamos de menos (“Paris, Texas”, “El cielo sobre Berlín”), y lo hace
con esta película japonesa, un país que el alemán conoce a la perfección, algo
que percibimos en cada plano secuencia de la proyección. En esta casa, tan
cinéfila otrora y cada vez menos ahora, ha sido un verdadero placer asistir al
visionado en pantalla grande de este estreno, el primero de 2024 y poder adjudicarle las incuestionables cinco estrellas para guardarlas ya en la
carte(le)ra de la memoria. Touché, que dirían los franceses.
Poco más que añadir salvo quizá
mencionar la soberbia interpretación de Kōji Yakusho dando vida a ese
inolvidable personaje de Hirayama bien arropado por los pocos, pero ajustados
secundarios que orbitan en su pequeño gran mundo de protagonista principal y,
por supuesto, la excelsa B.S.O., Wenders siempre supo tratar con mimo la
música. Competirá por los Putos Óscar 2024 representado al país del sol
naciente, ojalá lo gane porque seguro que la meterán rápido en esas plataformas
cinéfilas que ahora gasta la peña −yo no, rarezas mías que tienen muchos puntos
de conexión con Hirayama− y así podrá disfrutarla mucha más gente… porque,
créanme, el mundo puede ser un lugar infinitamente mejor que este que tenemos
ahora. Definitivamente, sí.
Nota: Estoy
empezando a ver como críticos sesudos/tocapelotas dicen no entender los sueños
de Hirayama, a todos ellos: háganse el favor de leer ‘El elogio de la sombra’
de Junichiro Tanizaki, un pequeño gran ensayo de 80 páginas escrito en 1933,
Wenders lo hizo… y yo también. Asimismo, quédense hasta el final de los títulos
de crédito, serán recompensados con una pequeñita sorpresa complementaria.