“La partida que se jugaba desde
media tarde detrás de un tabique en la parte trasera del salón de billar se
estaba desarrollando como siempre. El lugar carecía de muebles excepto un
taburete de madera de unos cinco pies de altura y una mesa alargada forrada con
fieltro. En la pared había varios calendarios de colores brillantes y en todos
había muchachas desnudas en posturas provocativas. Los otros objetos que había
en la sala eran media docena de escupideras distribuidas por el suelo que nadie
barría y que estaba lleno de porquería. Los cristales de las ventanas habían
sido pintados de blanco para evitar que nadie que anduviera por el callejón
mirara al interior y, como siempre, un tufo a tabaco impregnaba el interior de
la sala carente de ventilación. La mayoría de jugadores habituales estaban en
la mesa antes de las cuatro, y durante la tarde y la noche venían otros hombres
que jugaban media hora seguida o más. La puerta del tabique se mantenía cerrada
con llave y solo se permitía la entrada a conocidos.”