“Observé a los demás tipos que había al
otro extremo de la sala. Algunos gemían. Algunos estaban narcotizados. Había
unos cuantos en sillas de ruedas que charlaban tranquilamente y fumaban
cigarrillos. Veintidós años. Joder, sabía que tenía que hablar con él, me
estaba bebiendo su cerveza. Lo más seguro es que estuviese como loco por
conversar con alguien. No es que tuviese una vida muy entretenida. No había
manera de saber el tiempo que había pasado desde la última vez que alguien vino
a hablar con él.
Le miré y pensé: ‹‹Cómo tiene que ser tumbado de espaldas sin brazos ni piernas, sin poder sonarte la nariz, ni poner la tele, ni fumarte un pitillo, ni beberte una cerveza, ni leer un libro, ni rascarte el culo››.
–¿Desearías estar muerto? –le pregunté. Mantuve la cerveza oculta entre las sábanas y le miré directamente a los ojos. Ardían.
–Cada minuto que pasa –me respondió.
Me lo temía.
Le miré y pensé: ‹‹Cómo tiene que ser tumbado de espaldas sin brazos ni piernas, sin poder sonarte la nariz, ni poner la tele, ni fumarte un pitillo, ni beberte una cerveza, ni leer un libro, ni rascarte el culo››.
–¿Desearías estar muerto? –le pregunté. Mantuve la cerveza oculta entre las sábanas y le miré directamente a los ojos. Ardían.
–Cada minuto que pasa –me respondió.
Me lo temía.