“A ratos estaba como ausente, y si no salía, pasaba las
tardes en la cama o en el sofá, con los ojos fijos en el televisor o mirando el
móvil. En su mundo. En un mundo al que los demás no podíamos ni acercarnos.
Cuando la veía en el sofá con las piernas encogidas, hecha un ovillo, me
recordaba a las arañas que se quedan en un extremo de su tela, esperando a sus
víctimas, atentas a cualquier movimiento. Como una viuda negra, pensaba yo, alimentándose
del macho hasta que dejaba de serle útil. Y a buscarse otro. Igual ya lo tenía.”