Divina estás, programada para el fraude.
Justicia es la dama de los ojos vendados que,
lamentablemente, y en reiteradas ocasiones, acaba vendiéndose al mejor postor.
En una mano, la derecha, lleva una balanza con las pesas en perfecto
equilibrio. En la otra, la izquierda, sostiene una espada para rebanarle la
cabeza a quien ose ser más equitativo e imparcial que ella.
Platón insinuaba que todos los gobernantes que
manejaran nuestras principales instituciones deberían ser filósofos. Otros
listillos de la época acabaron tirándole los platos a la cabeza. Aristóteles
apostó por la proporcionalidad de deberes de cada ciudadano con respecto a su
estatus en sociedad, pero el gargajo no acabó de cuajar. Tomás de Aquino se
llenó la boca con los desechos de los Derechos Humanos y que Dios pillara
confesado a todo bicho viviente antes de emitir su veredicto. Todos ellos, y
muchos más, escribieron millones de páginas sobre leyes que nadie leyó jamás en
profundidad, aunque muchos quisieron interpretarlas entre líneas diagonales.
Justicia designa en la figura de los jueces,
mayoritariamente hombres, a los elementos encargados de arbitrar sus designios.
Los uniformiza con unos atuendos llamados togas que vienen a ser una especie de
trajes negros hechos a medida, con un escudo rimbombante al estilo de la
escuela mágica Hogwarts de Harry Potter, rematados con mangas ribeteadas por
puñetas, unas orlas de ganchillo blanco de esas que confeccionaban las abuelas
como tapetes encubridores para la mesa baja del vermú dominical. La casposa
verdad orquestada por la tuna judicial, todo muy kitsch.
Justicia esconde sus ojos tras una venda —filtraciones
de luz mediática permanente a gusto de los que manejan los hilos del Sistema—
por aquello de hacernos creer que todos somos iguales ante la ley, actualmente
también es posible que lleve oculto tras la oreja un pinganillo por donde
puedan chivarle quién, de entre las partes pujantes, deposita más cobre
plateado en los platillos de su balanza. Hecha la ley, hacha del Hampa, que
diría aquel.
Pero a veces existen casos y cosas que escapan al
influjo todopoderoso de las leyes escritas por los hombres, es entonces, y solo
entonces, cuando la vieja dama endiosada, ebria de imparcialidad, debe
arrodillarse, como el más común de los mortales, ante los caprichosos giros del
imprevisible destino universal.
Cuando todos creemos estar en posesión de una única
razón, Justicia se vuelve Divina y nos otorga su irrevocable bendición, a la
mayor gloria de todo lo ecuánime, justo y neutral.
Texto publicado en La Charca Literaria - AQUÍ