“El telenoticias dice que con el mes acabará abruptamente el
otoño y el termómetro registrará nevadas por encima de los ochocientos metros.
De cara al buen tiempo que se avecina, me he procurado veinte mil pelas de
televisor y me esfuerzo en verlo un par de horas cada día para no perder el
contacto con la civilización. También me ayuda a combatir los tedios de después
de comer y algún que otro encharcamiento mental nocturno por exceso de
concentración creativa. En Malanyeu, en cualquier caso, hace una hora que
nevisca, pero quizá solo sea ventisca, porque el mistral sopla tan alegre como helado.
En la chimenea chisporrotea una tea que he endilgado para hacer lumbre, y el
noticiario sentencia que allí donde no nieve lloverá a cántaros. ¡Que llueva,
chubasquee y diluvie –me digo, resentido de tanto otoño y aislamiento- hasta
anegar la térmica de Cercs!
Me trago el primer anuncio y el último bocado de pan con
tomate y anchoas, y me planteo una caña de maría del país y medio carajillo de
escocés mientras apago la tele.”