“La bruma emborronaba el campo visual.
La línea del horizonte temblaba.
Constataba por enésima vez hasta qué punto me asombraba la
capacidad de Lampedusa de desequilibrar a sus huéspedes, creando en ellos un
fuerte sentimiento de alienación. El cielo tan cerca que casi se te viene
encima. La voz omnipresente del viento. La luz que golpea por todas partes. Y
ante los ojos, siempre, el mar, eterna corona de gozo y espinas que lo circunda
todo. Es una isla en que los elementos te caen encima sin que nada se lo
impida. No hay defensas. El ambiente te perfora, atravesado por la luz y el
viento. No hay refugio posible.”