17 de
mayo
“Cada día, cuando
se hace de noche, las ovejas de la colina regresan al pueblo y pasan
precisamente por delante de mi casa. El pueblo se llena entonces de ruido de
esquilas y de balidos. Cuando llegan al centro de la plaza el pastor se
desentiende del rebaño y cada oveja sabe encontrar por sí misma el camino de su
corral.
Esta tarde me
asomé a la ventana en el preciso instante en el que la oveja taciturna pasaba
por delante de mi casa. Levantó la cabeza y al verme se detuvo un instante y
baló tristemente.
-Conozco tu
secreto –le dije desde arriba-. Sé que en tu esquila no cuelga ningún badajo
pero no pienso decírselo a nadie.
Mañana me sentaré
a la puerta de casa y las veré pasar a todas, desde la primera hasta la última.
Y cuando pase la oveja negra le diré que he estado pensando en lo que me dijo
el otro día y que he llegado a la conclusión de que en este mundo no puede
haber ningún río que permita a las ovejas negras convertirse en blancas.
Esta noche –ahora
son ya algo más de la una de la madrugada- no se ha presentado Roque. Desde la
ventana veo brillar en el cielo una luna pequeña y dura. Reconozco que sin la
compañía de ese gato todo me parece más difícil.
Los hombres
solitarios necesitamos a los gatos. No estoy seguro, sin embargo, de que los
gatos solitarios necesiten a los hombres. Sobre todo cuando brilla la luna.”