“Llegamos
a Cadaqués tardísimo y cargamos a los niños adormilados hasta sus camas. Dejo a
mis amigos con un gin tónic en la terraza y me voy a dormir. Antes de
acostarme, veo que tengo una llamada perdida de Tom. No se la devuelvo, está
buscando a alguien, pero no a mí. Me abrazo a la almohada. Pido, aunque ya sé
que no me será concedida, una noche tranquila. Tengo un aullido en mi interior,
normalmente, durante el día, me deja tranquila, pero por la noche, cuando me
tumbo en la cama e intento dormir, él se despierta y empieza a merodear como un
gato furioso, me araña el pecho, me crispa la mandíbula, me golpea las sienes.
Para calmarlo, a veces abro la boca y finjo gritar en silencio, pero no logro
engañarlo, sigue ahí, enloquecido, intentando romperme. El amanecer, los niños,
el pudor y los quehaceres cotidianos lo enmudecen y amansan durante unas horas,
pero luego, al caer la noche y quedarme sola, llega puntualmente a nuestra
cita. Cierro los ojos con fuerza. Los abro. Aquí está de nuevo.”
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Milena
Busquets