Quiso la casualidad que con dos
lunas de diferencia (intervalo comprendido entre el 1 de octubre-3 de octubre)
se nos fueran, juntos y cogidos de los micros, este par de referentes de la
comunicación audiovisual, entre otros menesteres, geniales cada uno con lo
suyo, y auténticos tótems del periodismo de qualité
en un país/dos países que ya no existen más allá de la memoria de los tiempos
vividos por aquellos que, de momento cumpliendo años, les sobrevivimos.
Àngel me enseñó a amar la música
en riguroso directo (inolvidable sobre todo aquel Musical Express) y a
disfrutar de aquellos late shows televisivos donde todo era posible, sin
cortapisas ni censuras, algo imposible de contextualizar en el involutivo
tiempo actual donde la basura colapsa nuestras cajas tontas. También recuerdo
con devoción sus colaboraciones en prensa escrita (Vibraciones, Fotogramas) y
alguno de los libros que he tenido la oportunidad de leerle.
Jesús me aficionó a la radio
nocturna siendo un adolescente soñador, amor incondicional a las ondas que
prevalece a día de hoy (El loco de la colina era un programa sencillamente
maravilloso). A expandir la mente y a confiar en un futuro mejor antes de que
el desencanto me cerrara los ojos soñadores a guantazos. También lo seguí en su
faceta televisiva, aunque menos (El perro verde o Cuerda de presos, esa poética
manera de dar voz a los desheredados del mundo).
Que la tierra les sea leve, que
el infierno de los justos les reciba con todos los honores que merecen. ¡Nos
vemos allá abajo!