“Era
un lenguaje sordo el de la Sole, tendida a lo largo del lecho, con la expresión
de la necesidad en sus carnes desnudas; lo más parecido a una gata de arrabal
que es de todos y de ninguno y que espera la embestida erótica del macho que la
haga suya. Uummmmh. Lejana sonaba una radio, y una polilla, escapada de la
lluvia, batía sus alas por el cuarto, quién sabe si atraída por la luz de aquel
cuerpo, lo más parecido a un faro desnudo que arranca destellos a la noche.
Afuera llovía a mansalva y del techo escurrían gotas de agua a un barreño. Din,
dan, din. A la mañana siguiente, como era de esperar, el barreño amaneció
desbordado. En su superficie revoloteaba la polilla. Presa del momento,
batiendo sus alas mojadas, pujaba por no ahogarse. Cuando la Sole se despertó,
lo primero que hizo fue retirar el barreño. Y mientras se inclinaba desnuda, el
Roque pudo comprobar a la luz del día el trasero más incendiario de la costa
gaditana.”