Ayer tuve la oportunidad de ver
este clásico del cine japonés que tenía pendiente en mi currículum cinéfilo, me
da a mí que este año voy a volver a engancharme al celuloide como antaño. Como
en esta casa no pagamos por ver la caja tonta, tampoco plataformas tipo
Neftlix, HBO o similares, y aprovechando que nos han regalado un DVD, Blu ray
and The Wailers o como se llame el aparatejo, con todas las películas que uno
atesora de épocas anteriores (muchas, no todas vistas aún), y otras que tienen colegas
localizados que a su vez nos prestarán series de estas famosas de ahora y tal,
vamos a ir bien servidos. Gràcies, penya.
Drama épico con tintes
shakesperianos (basada en The King Lear)
la historia va sobre un todopoderoso gobernador, Hidetora Ichimonji, de la era Sengoku (1467-1568) que decide abdicar
en favor de sus tres hijos (Taro, Jiro y Saburu) y como estos desencadenan una
terrible guerra entre ellos para hacerse con las riendas del poder.
Aclamada en su momento por la
belleza natural de sus imágenes en color, la película consiguió algunos premios
importantes como el Óscar al mejor diseño de vestuario (muy merecido, flipantes
los ropajes del personal tanto civil como guerrero) y el de mejor película
extranjera para los Críticos de Nueva York.
A mí me han gustado mucho la fotografía
y la música, así como las interpretaciones de dos de sus secundarios: Kyoami
(una especie de bufón afeminado de la corte, auténtico sol y sombra del Gran Señor
Ichimondi, interpretado por un actor llamado Peter, sí, así como suena) y el pérfido
papelazo de Kaede (Mieko Harada, que representa a la perfección la erótica del
poder en este juego de ambiciones y venganzas). En su debe apuntaría cierta
timidez en lo referente al sexo –una censura japonesa que se suponía superada
tras El imperio de los sentidos
(1976)- y un exceso de escenas guerreras que no por apabullantes pueden
resultar redundantes para el espectador.