“Morir parece tan irracional como vivir.
Ojalá hubiese un interruptor y pudiésemos apagarnos de forma indolora e instantánea,
ojalá pudiésemos detenernos entre dos latidos. A sabiendas de que las células no
van a explotar, de que los vasos sanguíneos no implosionarán por falta de aire,
de que el final no se convertirá en una agonía insoportable, con la seguridad
de que nada, ni las olas furiosas ni el suelo, se apresurarán a detener la
caída para recibir nuestros cuerpos rotos pero vivos, todavía conscientes de la
luz que se desvanece. Siento la quietud del bebé; parece que se esté
escondiendo de mis pensamientos. Las emociones se transmiten a través de la
placenta, lo he leído en un libro. Las mareas de mi bebé responden a la fuerza
de mi gravedad.”