“Los zánganos y las
reinas copulan durante el vuelo ─siempre me fascinó esa imagen─, y si ahora hay
cientos de miles de obreras disponibles no es de extrañar ese revoloteo
incesante. Me fijo en las que están en el suelo, pero no soy capaz de
distinguir si sólo son zánganos. Lo que no le expliqué al niño es que son las
obreras las que mueren después de picar, con el abdomen reventado, porque los
zánganos no tienen aguijón. Sin embargo, también ellos tienen un destino
dramático: al copular se les desprende el aparato genital y mueren. Una reina
copula con varios zánganos, pero únicamente con los que son capaces de
alcanzarla en su vuelo vertical, una reina tiránica y poderosa que sólo se
entrega a los más fuertes y tenaces; y todos ellos mueren después: ese es el
precio que pagan por la pervivencia de sus genes. Así que son los más débiles
los que sobreviven y regresan a la colmena. Como han pasado mucho tiempo en el
exterior, posados al acecho de la llegada de la reina, cuando vuelven a la
colmena no es raro que lleven consigo bacterias que acaban destruyéndola. Los
fuertes mueren, los débiles exterminan. Y luego dicen que la naturaleza es
inteligente.
Es ciega. Es brutal. Es incomprensible. Tiene tan poco sentido como la vida humana. Pero todo esto no se lo conté al niño; ya lo irá descubriendo él solo cuando crezca.”
Es ciega. Es brutal. Es incomprensible. Tiene tan poco sentido como la vida humana. Pero todo esto no se lo conté al niño; ya lo irá descubriendo él solo cuando crezca.”