martes, 5 de octubre de 2021

El amante de las cicatrices- Harry Crews

 

“Esa noche, en su minúscula habitación de la casa de huéspedes, Pete no pudo dormir ni mucho ni bien. Sueños poco profundos y llenos de imágenes extrañas. No pesadillas, sueños extraños; en realidad ni siquiera sueños, más bien fogonazos, y no de gente, sino de espesas sombras deslizantes, habitaciones vacías y botellas destaponadas sin nada dentro. Casi toda la noche en vela, mirando el macuto que seguía en el mismo rincón donde lo había dejado el día que llegó a la ciudad, junto a la diminuta cómoda en la que solo había un peine. Llevaba sin abrirlo desde que se licenció. Todas sus pertenencias, incluyendo su ropa, seguían metidas en aquel macuto. ¿Para qué deshacerlo antes de dar con un lugar permanente? Aquella pensión solo era un apeadero momentáneo, una pausa en su vida. ¿Por qué cojones le había mentido a la chica con lo de la universidad? No había ningún motivo. Cuatro putos días y le sobró tiempo para acabar hasta los mismísimos huevos de la Universidad de Florida. Allí todo le recordaba demasiado al Cuerpo de Marines. Gente diciéndote todo el rato dónde ir y cuándo y cuánto tiempo tenías que quedarte allí una vez llegases. Fue superior a sus fuerzas. Pero sobre todo, lo que lo convirtió en una carga insoportable fue que le obligasen a compartir habitación en la residencia de estudiantes con aquellos tres condenados chavales judíos de Miami Beach. Uno de ellos no paraba de tirarse pedos. Así que decidió no deshacer su macuto y, una mañana, al salir del cuarto para ir a clase de lengua, se lo echó al hombro y se dirigió a la estación Greyhound de autobuses. Claro que todo en esta vida era temporal, momentáneo. Salvo la muerte.”