“Solo en su habitación del piso
once del Holiday Inn, Troy se quitó los zapatos y los calcetines. Era la
primera vez desde que lo detuvieron que andaba descalzo sobre la moqueta, o
sobre algo que no fuera el frío cemento. Apagó las luces, se sentó en la cama y
hundió los dedos de los pies en la gruesa y suave moqueta mientras la fría
noche le daba en la cara. A través de la ventana abierta contemplaba las
colinas de San Francisco y la bahía a oscuras punteada por las luces de los
barcos y las boyas. ¿Cómo se sentía al ser libre después de tanto tiempo
encerrado en una jaula rodeado de hombres numerados? En cierto modo, se sentía
menos diferente de lo que había imaginado. Le habían hablado de miedos
extraños, de destellos de confusión y pánico. No sentía nada de eso pero sí
cierta sensación de irrealidad. Miraba al mundo y lo veía distorsionado, como
el arte abstracto de Dalí o Picasso.”