“Ella lo veía en los ojos de los hombres, lo detectó cuando
no era más que una cría. No la amas, la violas; no la acaricias, la golpeas.
Ella era habitaciones oscuras y camas deshechas. Ella era lo que nunca se
saciaba en el alma de los hombres, la bestia que habitaba en la jungla de cada
uno de ellos. Por lo tanto, todos los hombres deseaban poseerla, pero ninguno
conservarla. Ella había visto cómo se desenfocaban discretamente los ojos de
los hombres. Había visto cómo se les ensanchaban las narices y se les
agrietaban los labios. Le daban cosas: regalices y caramelos de limón cuando
era pequeña, luego, al crecer, dinero. Apretaban una moneda caliente de medio
dólar contra la palma húmeda de su mano y, luego, mientras se quedaba muy
quieta, toqueteaban a escondidas sus lugares secretos.”