Vagando desde el salvaje Oeste, dejando atrás las ciudades
que más quiero, creía que ya lo había visto todo hasta que entré en Nueva York.
La gente descendiendo tierra abajo, los edificios subiendo al cielo.
Invierno en Nueva York, el viento soplando la nieve por
todas partes, dando vueltas, sin sitio fijo donde ir, cualquiera podría helarse
hasta los huesos, como yo me helé. El New
York Times dijo que fue el invierno más frío en diecisiete años.
No tuve tanto frío entonces.
Blandiendo mi vieja guitarra, me aferré a un vagón de metro,
y después de un ajetreado viaje, di con mis huesos en el centro de la ciudad;
Greenwich Village. Di vueltas por allí terminando en uno de los muchos cafés
del barrio, subí al escenario y empecé a tocar y cantar. El dueño dijo: “Vuelve
otro día, suenas como un habitante de las montañas, aquí queremos cantantes
folk.”
Conseguí un trabajo como armónica y comencé a tocar,
destrozándome los pulmones por un dólar diario. Sople de dentro afuera y de
arriba abajo. El dueño dijo que amaba mi música. Estaba tan loco por mi música
que me pagaba… ¡un dólar diario!
Y después de estar semanas y semanas dando vueltas, encontré
un trabajo en Nueva York. En un lugar más grande, más dinero también, incluso
me sindiqué y pagué mis cuotas.
Un gran hombre dijo una vez que hay personas que te roban
con la pluma. No me llevó mucho tiempo darme cuenta de lo que quiso decir. Hay
mucha gente sin suficiente comida en la mesa, pero que tiene un montón de
cuchillos y tenedores. Y algo han de cortar.
Así que, una mañana en que el sol pegaba de firme, salí de
Nueva York. Me calé la gorra hasta los ojos y fui en busca de los cielos del
oeste. Adiós Nueva York. Qué tal, East Orange.
SONG: HABLANDO DE NUEVA YORK
PHOTO: New York nightlife, 1961 – NY Daily News.