“En medio de las montañas que los entrenados deportivos
vienen a visitar, la mujer advierte que le falta un soporte firme, una parada
en la que poder esperar a la vida. La familia puede hacer mucho bien y recoger
el botín de los días festivos. Los más amados rodean a la madre, se sientan
juntos como benditos. La mujer se dirige a su hijo, lo censura (tocino en el
que pacen las larvas del amor) con su suave y delicado gritar. Se preocupa por
él, lo protege con sus suaves armas. Cada día parece morir un poco más, cuanto
más crece. Al hijo no le gustan las quejas de la madre, enseguida exige un
regalo. Intentan ponerse de acuerdo en esas breves negociaciones: a base de
juguetes y artículos deportivos. Ella se lanza cariñosa sobre el hijo, pero él
se le escapa como sonoro manantial, retumba en las profundidades. Sólo tiene
este hijo. Su marido vuelve de su despacho, y enseguida ella lo estrecha contra
su cuerpo, para que los sentidos del hombre no se despierten. Resuena música
del tocadiscos y del barroco. Ser lo más uno posible con las fotos en color de
las vacaciones, no cambiar de un año para otro. Este niño no dice una palabra
cierta, sólo quiere marcharse con sus esquíes, se lo juro.”