“No,
no les conseguiré esa copa, por más que el estúpido cretino que se retuerce el
bigote tenga puestas todas sus esperanzas en mí. Porque ¿qué significa esa
esperanza estúpida?, me pregunto. Trot-trot-trot, slap-slap-slap, sobre el
arroyo y bosque adentro, donde es casi de noche y todas las puñeteras ramitas
escarchadas se me clavan en las pantorrillas. Me importa un bledo ganar ese
trofeo, solo le importa a él. Le resulta tan importante como lo sería para mí
si cogiese el boletín de las carreras de caballos y apostase por un jamelgo que
ni siquiera conociese, que no hubiera visto nunca y ni puñeteras ganas que
tendría de hacerlo. Eso es lo que significa para él que yo gane. Pero yo voy a
perder esa carrera porque yo no soy un caballo, y se lo haré saber cuando esté
a punto de largarme –eso si no me las piro incluso antes de la carrera. Como
que hay Dios que lo pienso hacer. Soy un ser humano y tengo pensamientos y secretos y una maldita vida interior que él
ni siquiera sabe que está ahí, y nunca lo sabrá porque es un estúpido. Supongo
que esto os hará reir por lo bajinis, que yo diga que el director es un
estúpido hijoputa, cuando apenas sé escribir y él al revés, lee y escribe y
suma como un puñetero catedrático. Pero lo que digo es la pura verdad. Él es un
estúpido y yo no lo soy; porque yo soy capaz de ver dentro del alma de la gente
de su clase, y él no ve una mierda en los de la mía. Ambos somos astutos, eso
lo admito, pero yo lo soy más. Y al final acabaré ganando aunque me muera en el
talego a los ochenta y dos tacos, porque le sacaré más diversión y chispa a mi
vida que él a la suya. Lo juro. Se habrá leído miles de libros de cabo a rabo,
me imagino, y por lo que sé, incluso habrá escrito unos cuantos él solito, pero
estoy segurísimo, tan seguro como que estoy aquí sentado, de que lo que estoy
garabateando yo ahora vale mil veces más que lo que él llegará a garabatear
nunca. Me da igual lo que digan, pero esa es la pura verdad y nadie puede
negarla. Cuando habla conmigo y yo le miro a su jeta de militroncho sé que
estoy vivo y que él hace tiempo que está muerto. Muerto y requetemuerto. Si se
le ocurriese salir y correr nueve metros se caería redondo. Y si entrase nueve
metros en lo que ando pensando también se caería redondo, pero de la sorpresa”
La
soledad del corredor de fondo
Alan
Sillitoe