“Entró
en su apartamento, y su hondo suspiro de alivio fue el de un hombre para el
cual la vida de ermitaño nunca dejará de ser una tentación omnipresente. Su
hermano Irwin, propenso a los remordimientos de conciencia, había defendido en
infinidad de ocasiones que la razón de que Norman fuera un fracasado, las
causas de la blandura de Norman en sus relaciones con los demás, brotaban de su
querencia por la soledad. Despojándose de sus ropas demasiado holgadas,
cubiertas de polvo, y abriendo el agua caliente de la bañera, Norman no le
habría rebatido esa opinión. Él no sabía por qué era como era. Sus pasiones
siempre le habían resultado de difícil lectura. De niño, había parecido
bastante feliz. Había soñado mucho despierto, casi siempre sueños
convencionales en su romanticismo. Aún le sucedía. Estirarse dentro de su ser
había parecido la forma natural de crecer hasta que fue un hombre maduro y
después le había desconcertado sólo un poco. Ahora, naturalmente, notaba la inminencia
del dolor, pero no lograba imaginar de qué modo pudiera afectar a su
personalidad.
Se
introdujo en la bañera y abrió un poco el agua fría. Se agachó, flaco y peludo
como era, hasta ajustar la temperatura idónea, y contempló los intersticios
entre los baldosines. La tristeza: había experimentado esa emoción diez mil
veces. Igual que la expiración sigue a la inspiración, la consideraba el
reverso lógico de cada empuje de felicidad.”
Mott
Street corner, Chinatown – NYC, January – 1953.
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Los
inquilinos de Moonbloom
Edward
Lewis Wallant