“Somos
inmortales durante nuestro principio. Somos invencibles. Lo sabemos todo porque
no hay mucho que saber. Somos puro Capitulo
Uno. Conocemos lo básico, lo que realmente importa, lo imprescindible:
reglas simples para sobrevivir en la jungla de nuestros días breves pero
intensos en los que intuimos a la perfección quiénes son nuestros amigos y
nuestros enemigos. Entonces nuestras flamantes antenas captan sin dificultad el
lenguaje secreto del universo. Con los años –con el ruido blanco del
conocimiento de lo inútil, con la estática de la información innecesaria y el
paulatino aproximarse de la muerte- nos vamos convirtiendo en personas cada vez
más ignorantes y temerosas de puertas que mueve el viento o de teléfonos que
suenan en la oscuridad del centro exacto de la noche. Así, a la hora incierta
de recordar con tristeza nuestro vigoroso ayer, no somos más que astronautas
corruptos de una luna inocente en cuya espalda alguna vez plantamos una bandera
y desde la que todo nos parecía más grande y majestuoso, no porque, como se
piensa, nosotros fuéramos más pequeños que las habitaciones que nos contenían,
sino porque nuestra capacidad de asombro no era, todavía, el ejercicio de un
músculo pequeño y difícil de ubicar sino un latido constante al que alcanzaba
con cerrar los ojos para sentirlo adentro de nosotros, marcando el tiempo de
los hombres y la velocidad de las cosas. Sí, nuestro pasado tan remoto estaba
tan próximo y era tan breve y preciso que se confundía con lo acontecido horas
atrás mientras nos deslizábamos por un presente más largo que todo el futuro.
Por eso es durante la infancia cuando más nos atrae el rugir de los motores de
la ciencia-ficción: el antes en ínfimo; el ahora no es más que una sucesión de
fotogramas; el después lo es todo y por eso no es extraño que, a medida que
crecemos, el futuro nos interese cada vez menos y nos provoque menos
interrogantes porque, sí, comenzamos a comprender que nunca llegaremos a ser
parte de él.
Creo
que me estoy repitiendo, que digo siempre lo mismo con palabras diferentes, que
tengo poco tiempo para decir cosas diferentes y por eso elijo un tiempo –el tiempo
en que tenía mucho tiempo- y un nombre: Martín Mantra.”
Mantra
Rodrigo
Fresán