“Justicia. Se oye hablar mucho de justicia, la justicia de
Dios. Él vela por los justos. Castiga a los malvados. ¿Justicia? ¿Dónde está la
justicia? O lo que es lo mismo, ¿dónde está Dios? ¿Está realmente muerto, o
sólo de vacaciones, o simplemente distraído? Miren Su Justicia. Envía una
inundación a Paquistán. Zas, un millón de muertos, tanto el adúltero como la
virgen. ¿Justicia? Quizá. Es posible que las presuntamente inocentes víctimas
no fueran, después de todo, tan inocentes. Zas, la devota monja de la
leprosería contrae lepra y sus labios se caen de la noche a la mañana.
Justicia. Zas, la catedral que los feligreses han estado construyendo durante
los últimos doscientos años queda reducida a escombros por un terremoto la
víspera de Pascua. Zas. Zas. Dios se ríe en nuestras caras. ¿Esto es justicia?
¿Dónde? ¿Cómo? Por ejemplo, piensen en mi caso. No estoy tratando de obtener su
compasión, me limito a ser simplemente objetivo. Escuchen, no pedí ser un
superhombre. En el momento de mi concepción se me entregó ese don. Un
incomprensible capricho de Dios. Un capricho que me definió, me moldeó, me
deformó, me dislocó, y no me lo gané, no lo pedí, no lo deseé para nada, a no
ser que quieran pensar en mi herencia genética en términos de mal karma de
otro, y al diablo con eso. Fue algo casual. Dios dijo: Que este chico sea un
superhombre, y ¡hete aquí! el joven Selig era un superhombre, en un sentido
limitado de la palabra. Pero, de todos modos, sólo por un tiempo. Dios me
preparó para todo lo que me ocurrió: el aislamiento, el sufrimiento, la
soledad, incluso la compasión de mí mismo. ¿Justicia? ¿Dónde? El Señor da,
quien diablos sabe por qué, y el Señor quita. ¿Qué es lo que ha hecho ahora? El
poder ha desaparecido. Soy una persona normal y corriente como todos los demás.
No me interpreten mal: acepto mi destino, estoy absolutamente resignado. No les
estoy pidiendo que sientan lástima por mí. Sólo intento explicarme todo esto.”
Muero por dentro
Robert Silverberg