Las palabras fueron avispas y las calles como dunas cuando
aún te espero llegar. En un ataúd guardo tu tacto y una corona con tu pelo
enmarañado queriendo encontrar un arco iris infinito. Mis manos que aún son de
hueso y tu vientre sabe a pan… la
catedral es tu cuerpo. Eras verano y mil tormentas, y yo el león que sonríe a
las paredes que he vuelto a pintar del mismo color.
No sé distinguir entre besos y raíces, no sé distinguir lo
complicado de lo simple, y ahora estás en mi lista de promesas a olvidar, todo
arde si le aplicas la chispa adecuada.
El fuego que era a veces propio, la ceniza siempre ajena.
Blanca esperma resbalando por la espina dorsal. Ya somos más viejos y sinceros
y qué más da, si miramos la laguna como llaman a la eternidad de la ausencia.