«La Peluca era bajísima, flaca como un
perchero y estaba arrugada de tal forma que cuando se movía parecía estar
interrumpiendo un inexorable proceso de momificación. Siempre fue vieja. Iba
maquillada como una caricatura de mujer mayor maquillada, con sombra azul,
línea de ojos negra, labios rojos y una base perfectamente cuarteada color piel
de patata monalisa. Olía a flores muertas abandonadas en un cajón y siempre iba
musitando en voz baja alguna retahíla de palabras ininteligibles, como una
oración secreta con cierta dosis de veneno. Lo del veneno tenía que ver con su
forma de mirar, esquinada y burlona. Su seriedad no era de esas que juzgan, más
bien era la que precede a la carcajada, como si cada vez que mirase a alguien
le fuese revelado algún secreto vergonzoso de quien tenía delante.
Vivía sola al final de la calle, que era una hilera de bloques de tres alturas de ladrillo rojo y escaleras exteriores de cemento. Este paisaje arquitectónico, que se repetía por todo el barrio, en ocasiones se veía interrumpido por algún solar maltrecho, lleno de vidrios rotos, restos de papel de aluminio, jeringuillas y materiales de construcción inservibles. Estas mellas en las hileras de viviendas, si hubiéramos podido mirarlas desde lo alto, le daban al pavimento un aspecto de encía enferma, como si enormes dientes hubieran sido arrancados aquí y allá, sin lógica alguna, y solo dejasen detrás una infección incurable y un vacío grumoso. Excepto el parque y las propias casas, aquellos basurales, aquellas nadas, eran los patios de recreo de los niños del barrio y sus propios morideros cuando se hacían lo suficientemente mayores para meterse caballo. Varias generaciones de criaturas de clase obrera crecimos así, imaginando mundos enteros en las mismas nadas que podían terminar siendo nuestros lechos de muerte».
Vivía sola al final de la calle, que era una hilera de bloques de tres alturas de ladrillo rojo y escaleras exteriores de cemento. Este paisaje arquitectónico, que se repetía por todo el barrio, en ocasiones se veía interrumpido por algún solar maltrecho, lleno de vidrios rotos, restos de papel de aluminio, jeringuillas y materiales de construcción inservibles. Estas mellas en las hileras de viviendas, si hubiéramos podido mirarlas desde lo alto, le daban al pavimento un aspecto de encía enferma, como si enormes dientes hubieran sido arrancados aquí y allá, sin lógica alguna, y solo dejasen detrás una infección incurable y un vacío grumoso. Excepto el parque y las propias casas, aquellos basurales, aquellas nadas, eran los patios de recreo de los niños del barrio y sus propios morideros cuando se hacían lo suficientemente mayores para meterse caballo. Varias generaciones de criaturas de clase obrera crecimos así, imaginando mundos enteros en las mismas nadas que podían terminar siendo nuestros lechos de muerte».
Publicado por Editorial Planeta/Seix Barral. Decimonovena impresión: marzo de 2025. Premios: Todostuslibros de las librerías (CEGAL), Premio Cálamo, Premio Vanity Fair. Premio Time Out Cultura, Premio Dulce Chacón, Prix Méditerranée (France). 256 páginas.