«La casa de Montse Morales se encuentra al
final de una calle sin asfaltar, muy empinada, que trepa por la ladera del
monte Sant Ramon. Franki la asciende con pies esperanzados. Es una tarde abril
de temperatura agradable, aunque amenaza lluvia. A la izquierda, en el llano
más cercano, puede ver los campos de cerezas, recién revividos por la primavera.
Tras ellos se distingue casi todo el delta del Llobregat, las grúas del puerto,
incluso el mar. Varias fábricas, de cemento y componentes, en los polígonos.
Algunas de las chimeneas echan humo gris, y el humo se disuelve en el cielo de
color acero, hasta que uno no sabe dónde termina una cosa y empieza la otra.
En el rostro del chico se dibuja una sonrisa cauta. Un observador neutral, de haberlo, definiría su estado de ánimo como «anhelante». Tras mucho meditar, ha decidido que va a intentar «montárselo» con Montse. Por qué no. Él es un hombre de voluntad e intelecto. No tiene fuerza física ni belleza exterior, eso es cierto, pero es asimismo consciente de su superioridad mental, y también de su espíritu épico. Que hasta la fecha nadie haya sido capaz de ver ninguna de las dos cosas le sume en la perplejidad.
Empieza a llover, unas pocas gotas. Huele a ginesta y farigola, tierra mojada, resina de los pinos. Se sube el cuello de la camisa, un acto de finalidad incierta, mientras imprime una nueva prisa a su paso. A la izquierda, una torre eléctrica muy alta se eleva en la pendiente, con sus series de élitros de acero extendidos, como una gigantesca langosta metálica.»
En el rostro del chico se dibuja una sonrisa cauta. Un observador neutral, de haberlo, definiría su estado de ánimo como «anhelante». Tras mucho meditar, ha decidido que va a intentar «montárselo» con Montse. Por qué no. Él es un hombre de voluntad e intelecto. No tiene fuerza física ni belleza exterior, eso es cierto, pero es asimismo consciente de su superioridad mental, y también de su espíritu épico. Que hasta la fecha nadie haya sido capaz de ver ninguna de las dos cosas le sume en la perplejidad.
Empieza a llover, unas pocas gotas. Huele a ginesta y farigola, tierra mojada, resina de los pinos. Se sube el cuello de la camisa, un acto de finalidad incierta, mientras imprime una nueva prisa a su paso. A la izquierda, una torre eléctrica muy alta se eleva en la pendiente, con sus series de élitros de acero extendidos, como una gigantesca langosta metálica.»
Publicado por Editorial Anagrama. Narrativas hispánicas vol. 755. Primera edición: enero 2025. 380 páginas.