«Caminó por el puerto, las botas
chasqueando contra el empedrado. Se sentó con las piernas colgando hacia el
agua. El olor del Riachuelo era casi insoportable, pero Narval se acostumbró
enseguida y se quedó mirando los retorcidos hierros del puente hundidos en el
agua negra. En realidad, estaban bastante derechos, pero la sensación que daba mirarlos
era de hierros retorcidos. El chasquido del agua sucia golpeando contra el
monstruo de metal negro le ponía la piel de gallina, lo mismo que la grasa
pegoteada, como si el Riachuelo fuera algo vivo, viscoso y oscuro que no quería
emerger y besaba los barcos y el puente.
Los barcos. Para él, los barcos nunca zarpaban, siempre estaban inmóviles, muertos, abandonados. Fantasmas gigantes, rodeados por la niebla del amanecer, una niebla que hacía que las cosas se vieran como a través de un vidrio empañado».
Los barcos. Para él, los barcos nunca zarpaban, siempre estaban inmóviles, muertos, abandonados. Fantasmas gigantes, rodeados por la niebla del amanecer, una niebla que hacía que las cosas se vieran como a través de un vidrio empañado».
Publicado por Editorial Anagrama. Tercera edición: abril 2022 (Publicación original: 1995). 274 páginas.