“Marlene cruza las puertas
dobles con unos vaqueros cortados, las gafas de sol en la cabeza, entre los
tirabuzones pelirrojos, lamiendo con entusiasmo un cucurucho de helado. Lleva
un top amarillo canario con la barriga al aire, lo mejor para lucir los abdominales,
que después del parto, a golpe de gimnasio, han vuelto a quedar tirantes como
la piel de un galgo. Tiene un reloj de sol tatuado en el ombligo. Sus ojos son
verde grisáceos, y si no fuera por las marcas de acné que, como gusanitos, le cruzan
las mejillas, mi Marlene sería una belleza.”