Reciclado en el contenedor
verde el vidrio desechable de tus ojos.
A Kylian
Morcillo desde jovencito lo rebautizaron en el barrio como ‘El Superman’,
cuando heredó de un tío calavera toda la colección de cómics editados en España
del mítico superhéroe norteamericano creado por Siegel & Schuster. Le
colgaron el apodo los miembros de su pandilla de primera adolescencia,
refrendado a pulso por su afición a maltratar cruelmente a otros chicos menores
e indefensos.
Él mismo se
encargó de reforzarlo luciendo con orgullo su propio uniforme de batalla
consistente en camiseta azul de mercadillo con el famoso emblema estampado en
el pecho; chándal de pitillo ajustado de aquellos que usaban los antiguos
deportistas de la RDA; y bambas rojas Converse de caña alta. Los domingos
de rogar y bailar también se enfundaba unos calzoncillos ajustados tipo bóxer,
siempre encarnados, con un sofisticado relleno interior que disimulaba la
minucia de su miembro.
Moreno, chaparro
y de complexión fuerte, aunque poco agraciado físicamente, Kylian se afianzó en
los andamios de la burbuja inmobiliaria e invirtió la primera paga obtenida en
apuntarse a un gimnasio. Allí pasó años realzando la musculatura corporal.
Conoció a una chica guapa y sencilla, su Lois Lane particular, tras engatusarla
a base de promesas nunca cumplidas. La moza tuvo las agallas de abandonarlo
tras un episodio de maltrato con el que Kylian pretendía enmascarar, con altas
dosis de violencia, la atrofia de los dos únicos músculos que no le funcionaban
del todo bien: el cerebelo y el pajarito.
El día en que
estrenaba veintidós primaveras, patitos a la mar, salió a rondar la noche para
celebrarlo. Pagando compañía aquí y allá, acabaron invitándolo a un ático de
extrarradio para seguir volando un poco más alto. Tras un interminable
batiburrillo de drogas variadas, alguien alzó una extraña botella verde de
vidrio tallado que refulgió con el primer rayo de sol y propuso mojarse los
labios con unas gotas de aquel extraño brebaje, antiguo elixir de poetas.
Superman tomó la
botella, todavía precintada, la destapó y se vació la mitad de su contenido en
el gaznate, de un solo trago. Esófago en llamas, estómago de hormigonera
atrofiada, cabeza explosiva, ojos desorbitados. Frenético y desatado, agarró de
una volada la mugrienta cortina roja de la cristalera que daba acceso al
exterior, se la anudó al cuello a modo de capa y se enfiló sobre la
balaustrada. Un último vistazo a la botella que rodaba por el suelo: “Absenta”,
rezaba la etiqueta como único mensaje. La palabra no le decía nada, tan sólo el
verde irreal le recordaba vagamente al de la “Kryptonita”, aquel mineral capaz
de anular todos sus poderes.
El primer y
único vuelo de Kylian Morcillo Burgos aterrizó con las siglas K.M.B. en la
esquina inferior derecha de la página de sucesos de un periódico local.
Texto publicado en La Charca Literaria - AQUÍ