lunes, 24 de febrero de 2020

Años felices – Gonzalo Torné

“Era todavía otoño cuando vio surgir la ciudad de las aguas metálicas, las torres impasibles y sus gaseosos crespones, y bajo un enjambre de gaviotas el marinero dejó caer una cuerda en imitación de la araña que se desprende de su hilo pegajoso. Miró hacia atrás como si pudiese calcular la cantidad de agua que había logrado interponer entre él y Barcelona, en la calle le asaltó un alud de sonido: niños, vendedores y ambulantes, furgones de basura, los ojos estroboscópicos y alucinados de las ambulancias. El sol hizo un esfuerzo para elevarse con la intensidad del verano, pero el color del cielo y la atmósfera otoñal de las nubes lo desmintieron. Sacó del bolsillo un papel arrugado (aunque se sabía la dirección de memoria) y un mapa que le ayudó a encontrar su primera casa americana: la niebla matutina le daba un aspecto cromático al callejón. Aquella primera tarde en Nueva York la pasó entera en su nuevo cuarto, con la enorme ciudad sumida en el desconocimiento. Las aguas bajaron briosas y turbias, al anochecer la luna se reflejaba como una moneda roja.”