viernes, 25 de octubre de 2019

Sigo aquí – Maggie O’Farrell



“Es tarde, casi medianoche, y hay un grupo de adolescentes al final del muelle. La ciudad se extiende por la bahía como un collar de luces a lo largo de la arena. El puerto es uno de sus lugares de encuentro: ahí siempre se encuentra uno con alguien sin haber quedado previamente. Hay algo en su carácter liminal, de espacio entre la tierra y el mar, que los atrae, sobre todo de noche.
     Es tarde y todavía no han vuelto a casa. Están aburridos, en ese estado mental de encogimiento típico de esta etapa de la vida. Tienen unos dieciséis años, más o menos. Acaban de pasar la primera tanda de exámenes y están esperando los resultados, están esperando a que acabe el verano, a que empiece el nuevo curso; están esperando a que su futuro cobre forma, a que termine su turno de trabajo, a que se vayan los turistas: esperan, esperan. Algunos esperan que un mal corte de pelo crezca enseguida, que sus padres les dejen coger el coche, les aumenten la asignación o se den cuenta de lo desgraciados que son; que la chica o el chico que les gusta se fije en ellos, que llegue por fin la cinta de casete que encargaron en la tienda de música, que se les desgasten los zapatos para que les compren un par nuevo; esperan al autobús, a que suene el teléfono. Esperan, todos ellos, porque esperar es lo que hacen los adolescentes que viven en las ciudades de costa. Esperan: a que algo termine, a que algo empiece.”