“Cárcel. Una vieja y ácida fregona. El olor como a lejía de
las sales me sacan de mis pensamientos. El hombre limpia con una mezcla tan
fuerte que si hace bien su trabajo –como debe hacerse-, cuando haya acabado
estaremos restregados a conciencia: el suelo estará limpio, los pulmones
estarán limpios y estarán limpios nuestros pensamientos. Le deseo mucha suerte.
El cubo salpica cuando el preso se me acerca. Los tentáculos grises de la
fregona mojan mi celda.
-¿Limpio? –pregunta.
-Sí, ¿por qué no? –digo, levantando mis pies del suelo. Él
hace un barrido rápido del lugar y se marcha. Observo sentado el agua que se
evapora, el olor de esta estopa rancia que cuaja y se torna alta y delgada como
leche cortada.”