“Aquella mañana, al despertar con el lado izquierdo de la
cama frío –una forma de amputación- sintió el primer dolor convencional del
abandono. Pensó en el mejor Jack y lo echó de menos, la dureza huesuda y
vellosa de sus espinillas, hacia la cual, medio dormida, dejaba que se
deslizara la blanda parte inferior del pie a la primera agresión del
despertador, cuando rodaba hacia los brazos extendidos de Jack y esperaba
dormitando debajo del edredón caliente, con la cara hacia su pecho, hasta que
sonaba el segundo aviso del reloj. Aquella capitulación desnuda e infantil,
antes de levantarse para ponerse una armadura de adulto, le pareció esta mañana
la primera cosa fundamental de la que había sido desterrada. De pie en el
cuarto de baño, cuando se despojó del pijama, su cuerpo tenía un aspecto ridículo
en el espejo de cuerpo entero. Milagrosamente hundido en algunas partes,
abotargado en otras. El trasero pesado. Un fardo irrisorio. De ahí para arriba,
frágil. ¿Cómo no iba a abandonarla alguien?”