“Camino de ninguna parte, en medio de la noche, visito los
mismos lugares de forma rutinaria. Me gustan esos sitios de azulejos donde todo
sigue igual, donde hace tiempo que no se han gastado un duro, lugares llenos de
bizcos y peluquines polvorientos y jerséis rancios y escasos con olor a
naftalina, lugares donde camareros con rencor de clase, nada más divisarte tras
un cristal sin limpiar, te ponen la copa en la barra, en el mismo sitio, me
atrevería a jurar que casi sobre el mismo poso de la noche anterior, y te
sientas y bebes en silencio o, si lo prefieres, charlas con alguien y, a medida
que hablas, descubres que estás diciendo lo mismo que la última vez y a las
mismas personas, y eso me merece el mayor de los respetos. En los bares de
azulejos no hay mujeres, y si las hay, son como hombres y los hombres son
siempre los mismos. Tienen un fondo tan profundo que si les arrojásemos piedras
a su interior, tardaríamos siglos en oírlas chapotear contra sus almas.”