“¿Qué se sacaba con que aquellas cosas que tanto aprecian
los vivos se pudriesen al sol? Aprendí entonces algo que después iba a ser ley
general de vida; la de que un hombre que cae de un balazo en la lucha pasa a
ser automáticamente como una pieza cobrada. El hombre, que mientras está vivo
puede valer lo que se quiera, en cuanto le tumban vale lo mismo, exactamente lo
mismo, que un zorro; vale, ni más ni menos, que lo que valga su piel, y si uno
se alegra cuando se le presenta la ocasión de cobrar la piel de un buen zorro,
¿por qué no va a alegrarse también cuando puede cobrar un buen capote de paño?
En aquel tiempo, aquello no era más que un negocio clandestino emprendido por
unos cuantos tipos valientes y sin escrúpulos. Más adelante vi muchas veces
cómo se mataba a un hombre, no por éstos o los otros ideales, no por defender
la bandera de su patria o la de la revolución, sino por cobrar su piel,
sencillamente porque llevaba encima un capote de paño en buen estado. Por lo
mismo que se mata a los zorros.”