domingo, 21 de octubre de 2012

La vulva sibilina


Vivir como mujer y como hombre a la vez, ese es el estigma que Cal Stephanides arrastra durante toda su existencia, la etiqueta científica que lleva tatuada en cuerpo y alma podría resumirse con una única e intransferible definición: hermafrodita; mientras que la nominación condicional, a cadena perpetua de su dualidad, con la que debe relacionarse con otros seres humanos vendría a definirse con una nomenclatura todavía más retorcida: intersexual.

Cal es el protagonista principal, aunque no el único ni mucho menos, de esta homérica odisea dividida en cuatro partes, libros 1-2-3-4 según la acertada elección de su autor, a su vez subdivididos en capítulos de una veintena-treintena de páginas aproximadamente que ejercen como intervalos o micro cortes funcionales perfectamente pensados para el avanti a buen ritmo de su lectura; y transcurre a lo largo de los ochenta años que abarca la historia de esta peculiar familia desde 1922 hasta los albores de nuestro siglo XXI.
De inicio, tras la brutal confesión de las primeras líneas donde Cal se presenta al lector: “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día de niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974…”, conocemos la mestiza genealogía de su árbol, empezando por las primeras ramas: Desdémona y Lefty, jovencísimos enamorados que en un futuro lejano serán los abuelos de Cal, aldeanos de una comunidad griega en Turquía que abandonan su pequeño mundo tras estallar la guerra entre estos dos países vecinos con rumbo a los Estados Unidos, a un dios desconocido rogando y con el mazo del amor dando tumbos y huyendo de las tumbas que crecen como flores salvajes en la fascinante ciudad de Esmirna, desde donde parten rumbo a lo desconocido… Arribados a puerto oportunidad, la prima Lina y su extraño marido les esperan, matrimonios coetáneos en espacios reducidos, semillas que se plantan a la misma hora… en el mismo jardín, hijas e hijos, canijos cruces de sanguin-olientes genes, esos pecados de la carne dentro del núcleo familiar, híbrida descendencia que crece en la asfixiante libertad norteamericana que no parece saber asimilar a una colonia cerrada de inmigrantes forzados a la adopción de nuevas costumbres, viejos errores de adaptación a los tiempos modernos.
Aquí dejaremos crecer a Cal, Calliope Hellen cuando vino al mundo, y que nos cuente su historia, de hecho por expreso deseo de Eugenides al concederle la primera persona en la narración de su novela; un personaje de potencia superlativa con el superpoder que otorga la supervisión del cotarro vital desde la perspectiva del conocimiento mundano, la capacidad de observación, que otorga el poseer las virtudes y defectos de ambos sexos; le daremos el pasaporte para Berlín (ciudad que conocemos a fondo, y que comparte protagonismo en la novela con otras como Detroit, ciudad natal del autor y de su protagonista) y nos prestaremos a ponernos una máscara de hipocresía dispuestos a vapulear al diferente y vilipendiar a toda su jodida saga familiar. Con el puto mazo dando, otra vez, y Eugenides rogando, apostando fuerte, por conseguir la Gran Novela Americana.

Jeffrey Eugenides es un escritor atípico, vive recluido es su pequeño mundo por decisión propia, alejado del mundanal ruido del circo literario y de la furia de los críticos que amenizan la función; y eso, nos guste o no, tenemos que respetarlo. Personalmente, me encantan las dos novelas que ha publicado hasta la fecha, o que han llegado hasta aquí, creo que no ha escrito mucho más, aunque seguro que sí pero simplemente no le apetece compartirlo. Este ‘Middlesex’ obtuvo el Premio Pulitzer, de los pocos que me inspiran confianza entre los que se otorgan en la carpa literaria mundial, en 2003 y a pesar de su extensión se lee con facilidad por lo adictivo de su prosa, en absoluto recargada del recurso fácil de los diálogos excesivos, de hecho uno de sus puntos fuertes podría ser la calidad de las descripciones tanto de personas como de hechos o lugares, eso sí, podría exigir una lectura atenta y dedicada, algo que consigue el autor desde la primera página, dada la profusión de personajes. Esto del número de páginas en los libros y la manera en que la gente suele evitar leerlos, también me sucede a mí en ocasiones, es algo que nunca ha dejado de sorprenderme, ¿Cuántas grandes obras dejaríamos de conocer por el prejuicio que supone su extensa longitud?; ahora me viene a la cabeza “El mundo según Garp” de John Irving, otro de los tochos mochos con disfraz de ‘novela rara’ pero con muchísima sustancia escondida entre la extensión de su larga historia. Una novela extrañamente moderna que bien podría convertirse en un clásico de culto en épocas más propicias al… atrevimiento intelectual.-