sábado, 19 de mayo de 2012

Auster-idad


Magistral ejercicio autobiográfico de un autor que se ha hecho a sí mismo, desde la Auster-idad de medios disponibles con los que el joven Paul decide cierto día dedicarse a esto de escribir, deliciosas pinceladas de sus vivencias parisinas, hasta el invierno de una existencia que el mismo da comienzo en cierto momento de sus 64 años actuales, instalado en la confortable placidez de su República Independiente de Brooklyn -Nueva York-, por elección propia. Un buen puñado de recuerdos de diferentes etapas de su vida que el lector debe ir situando en el tablero mágico de su memoria para ir dando forma a la persona, humana demasiado humana, que firma todas esas novelas que conforman una de las más impresionantes bibliografías contemporáneas existentes en la actualidad. Vivencias muy personales entregadas de forma aleatoria a cada salto de mata que puede suponer ese breve descansillo, flashbacks literarios que vuelan caprichosos de Infancia a Madurez o de Juventud a inicio de Tercera Edad; que encontramos en este diario, a pesar de que su estructura no es exactamente esa, la de diario de un becario de triste salario, así que lo rebautizaremos en anuario repleto de confesiones que van a sorprender, y mucho, a todo su ejercito de admiradores pero también a sus detractores (que aquí sentirán una irremediable simpatía hacia un autor que se desnuda sin tapujos dejándose puesto tan sólo un taparrabos de intimidad). Acuérdate de cuando eras niño y abrías un paquete de cromos rompiendo con tanto cuidado como precisión la solapa del sobre para ir sacando una a una esas estampitas que pintaban de ficciones el cuadro de tu imaginación. Esa podría ser la sensación que he ido sintiendo al avanzar entre las páginas de esta confesión.

Escrito en una especie de 2ª persona donde son las páginas en blanco que Paul va introduciendo en su vieja máquina de escribir Olympia las que le van arrancando su declaración a golpe de tecla, un gran acierto la elección de este recurso en mi opinión, y no al revés como suele desarrollarse habitualmente la batalla entre la mente del escritor y el alma nítida del papel virgen; ya desde la primera frase el tuteo entre uno y otro deja entrever una confianza ciega en lo que se nos va a contar de principio a fin. Imposible escoger algún pasaje en particular, todos contienen tal cantidad de detalles interesantes que hacen que sea sumamente difícil destacar alguno en particular (entiendo la dificultad de la persona que tuvo que escribir la sinopsis, esta de Anagrama, de un libro tan complicado de resumir que la mejor opción sería dejar que el lector extrajera sus propias conclusiones sobre lo que acontece entre líneas o despachar la explicación con tres o cuatro frases certeras sobre lo que vas a encontrar ahí dentro); cualquiera de esas hojas de calendario anuario que corren tan deprisa, que vuelan tan despacio, podría hacer que me extendiera demasiado sobre lo que sucede en su interior... Creo que no debo divagar más con respecto al argumento. Menos es más, siempre que multipliquemos sensaciones y dividamos su resultado entre el conjunto de días que cada uno ha vivido o vivirá: el resultado dependerá de los méritos adquiridos por cada cual.

Seriedad, templanza, moderación o prudencia podrían ser sinónimos de Auster-idad. Aquí conocemos personalmente, o casi, a un tipo particular, extremadamente raro (¿Quién cojones son los extraños: vosotros, nosotros… o, ¿puede que sean ellos?), que se gana la vida escribiendo libros, y lo hacemos porque el nos lo quiere contar ahora, justo en este preciso momento, en que la vida ha decidido que debe iniciar el invierno de su existencia. El trayecto que le lleve a esa última estación llamada Muerte puede durar unas cuantos años más, ojala sean los suficientes para que siga contándonos otras historias suyas, tan sólo hay que dejarse llevar con la elegancia que se le supone a cualquier persona digna de haber transitado por este mundo, y Paul Auster es una buena persona. Caerán muchas nieves en le invierno futuro, se perlaran de blanco las cumbres de tus sienes, puede que incluso el frío (ese que todos sentiremos) se haga insoportable; entonces y solo entonces será el momento de armarse de valor y enterrar bajo metros de tierra el miedo a traspasar la frontera. Y adentrarse en lo desconocido con la cabeza bien alta.