Transitando cerca de la milla 300 del excelente libro que tengo entre manos (“Nosotros los ahogados” – Carsten Jensen) me llama poderosamente la atención la negativa de un grupo de marineros daneses a un convite consistente en una degustación de champán, prefieren pedirse unos tragos de whisky, ron, e incluso cerveza. Tipos duros ellos, hombres nobles, solitarios y solidarios, sin miedo al amor y mucho menos a la muerte.
Un señorito refinado les invita a esta bebida, y ellos deniegan la tentadora oferta: “¡Champán para desayunar! ¡Puaj, qué asco! El champán lo servían en los patios interiores de las casas de putas de Buenos Aires, con sus palmeras, sus fuentes y sus cuadros subidos de tono. Era el zumo de las chicas de mala vida. Era el engrasado necesario para humedecer a una señorita. El champán era parte de la tarifa…”
Hombres de mar que conocían todos los rincones del planeta, que miraban las burbujas que subían incesantemente desde el fondo de las copas. Parecía el último aire que escapa de los pulmones de alguien que se ahoga…
Esta desbravada anécdota me lleva incomprensiblemente a pensar en los “escuchadores de últimas palabras”, ya me van a perdonar, gente que a lo largo de la historia estuvo al lado de sus personajes relevantes para tomar nota del último estertor fonético del que abandona la nave de la existencia. Y me parece impresionante lo que algunos llegaron a decir antes de cerrar el pico para siempre.
• “A mí, mi querida amiga” – Jean Paul Marat
• “Apaguen la luz” – Theodore Roosevelt
• “Arderé, pero eso no es sino un hecho. Seguiremos discutiendo en la eternidad” – Miguel Servet
• “¡Cara de poto! – Vicente Huidobro a la pintora Henriette Petit que lloraba en su lecho de muerte.
• “Crito, le debo un gallo a Asclepio” – Sócrates dirigiéndose a sus discípulos antes de tomar la cicuta.
• “¡Es absurdo! ¡Esto es absurdo!” – Sigmund Freud
• “Mañana muchos maldecirán mi nombre” – Adolf Hitler, segundos antes de suicidarse.
• “De verdad, ¿tengo pinta de marica?” – Rodolfo Valentino a los médicos que lo atendían.
• “Dispárame en el pecho” – Benito Mussolini
• “El dinero no puede comprar la vida” – Bob Marley
• “¡Hay que meter la cortina de la ducha por dentro!” – Richard Hilton, dueño de la cadena de hoteles Hilton a uno de sus trabajadores.
• “¿También tú hijo mío? – Julio Cesar
• “¡Luz, más luz! – Johann Wolfgang von Goethe
• “Love one another” (“Amaos los unos a los otros”) – George Harrison
• " Mè mou tous kuklous taratte " (Μη μου τους κύκλους τάραττε) (¡No me toques los círculos!) – Arquímedes
• " No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino " – Ana Bolena, antes de ser decapitada.
• " Ocho horas con fiebre, ¡me habría dado tiempo a escribir un libro!" – Honore de Balzac
• “¿Quién anda ahí?” – Billy el Niño
• “Sé que has venido para matarme. Dispara cobarde, que solo vas a matar a un hombre” – Che Guevara
• “Vete… estoy bien” – H.G. Wells
Pero no me olvido de los marineros, ellos no tienen esa oportunidad, nadie los escucha cuando el mar, único testigo, se abre para recibirlos en su matriz en medio de una gran tempestad, ni siquiera tienen un lugar en tierra para reposar eternamente y donde sus viudas e hijos puedan llevarles flores para todos los santos. Quizás sea porque ellos son culpables de haber querido ser… libres.-