“Mi padre plantó un huerto en el que se colaban los
mapaches. Se cansó de que se lo dejaran siempre hecho unos zorros y se comieran
lo mejor. Al final tomó una determinación, la mitad del huerto sería para él y
la otra mitad para los mapaches. Tendió una cuerda alrededor y colgó unas latas
de manera que traquetearan en cuanto las tocaran. Luego se pasó unos cuantos
días echándose a dormir ahí fuera con un calibre veintidós y cuando las latas
lo despertaban, trataba de identificar dónde estaba el mapache. Si estaba en el
lado del huerto que le correspondía, lo dejaba en paz. Pero si a alguno se le
ocurría colarse en el otro lado, le pegaba un tiro. Al día siguiente lo
despellejaba y colgaba la piel en un palo. Se ventilaba dos o tres por semana.
Al final, los mapaches comprendieron cuál era su lado del huerto y se
mantuvieron alejados del otro.”