“Efectivamente, el verano se anunciaba tan caluroso bajo las
pérgolas como en las molleras de muchos patriotas, desmontadas pieza a pieza y
vueltas a montar como el mecanismo de un reloj. En todas partes se blandían
puños y recuerdos dolorosos. Aquí, como en el resto del mundo, las heridas
tardan en cerrarse –sobre todo las que aún gotean-, y se infectan a su antojo
en las veladas de recuerdo y rencor. Por orgullo y por estupidez, todo un país
estaba dispuesto a arrojarse al cuello de otro. Los padres azuzaban a los
hijos. Los hijos azuzaban a los padres. Sólo las mujeres, madres, esposas o
hijas, presenciaban aquello con el pálpito de la desgracia en el corazón y una
lucidez que les hacía ver mucho más allá de aquellas tardes de gritos de
júbilo, rondas para todos y canciones patrióticas que hacían zumbar los oídos y
temblar la verde fronda de los castaños”.