jueves, 15 de septiembre de 2016

Érase una vez el fin – Pablo Rivero

“Camino de ninguna parte, en medio de la noche, visito los mismos lugares de forma rutinaria. Me gustan esos sitios de azulejos donde todo sigue igual, donde hace tiempo que no se han gastado un duro, lugares llenos de bizcos y peluquines polvorientos y jerséis rancios y escasos con olor a naftalina, lugares donde camareros con rencor de clase, nada más divisarte tras un cristal sin limpiar, te ponen la copa en la barra, en el mismo sitio, me atrevería a jurar que casi sobre el mismo poso de la noche anterior, y te sientas y bebes en silencio o, si lo prefieres, charlas con alguien y, a medida que hablas, descubres que estás diciendo lo mismo que la última vez y a las mismas personas, y eso me merece el mayor de los respetos. En los bares de azulejos no hay mujeres, y si las hay, son como hombres y los hombres son siempre los mismos. Tienen un fondo tan profundo que si les arrojásemos piedras a su interior, tardaríamos siglos en oírlas chapotear contra sus almas.”