miércoles, 10 de abril de 2013

Vagamundo


Alguien mejor preparado que un servidor debería reivindicar de una vez por todas a este sabio hombre de letras para que así el legado de su obra se extendiera por todos los rincones del planeta hasta hacer que todos nosotros, humildes habitantes de alquiler y lectores de ociosa ocasión, aprendiéramos a tener ese mínimo de capacidad necesaria para poder sentir el prodigioso placer que supone el descubrimiento de la Palabra Exacta, de la Frase, del Relato de una Historia cualquiera, en su máxima y sublime expresión. Abrazar este libro dura un suspiro, por la facilidad de su prosa escrita con la sabiduría del lenguaje del pueblo, pero cobra una eternidad a cambio porque aunque se lee de una tumbada, sí, a su vez la precisión de ese influjo que destila nos durará toda una vida, yo espero que para los que queden después sea una eternidad; y repasaremos una y otra vez muchas de esas sentencias que como puñales se clavan en nuestros corazones para llegar con sus afiladas puntas de estilete a lo más hondo del sentimiento allí encerrado y, créanme ustedes, jamás atravesado con anterioridad.

Obra inclasificable, no se me ocurriría ponerle una etiqueta a esta prenda impresa tan sutil como la piel que nos viste de seres humanos. Galeano inventa un nuevo discurso que va más allá de los géneros literarios, esa es la primera impresión que uno siente cuando se topa con su propuesta: ensaya con nuestra memoria colectiva a través de retales o remiendos de sus vivencias personales descubriéndonos todas aquellas pequeñas cosas en las que el mundo real deja de envidiar a la ficticia fantasía, transmuta la narración llana en ejercicio poético de altos vuelos y rinde un sentido homenaje a la ancestral memoria de la palabra escrita con una conmovedora entrega capaz de traspasar las fronteras mejor guardadas del conocimiento. Sentado al borde de la genialidad, el autor balancea la mirada ante el vacío que se extiende bajo sus pies, sin miedo alguno al que dirán, para después erguir la cabeza y mirar orgulloso al horizonte, siempre de frente; abrir el libro y Recordar, y volver a Recordar que ese verbo mayúsculo, que a veces el olvido nos arrebata a traición, proviene del latín ‘re-cordis’ que no significa otra cosa que… volver a pasar por el corazón.

América supura amor y dolor a partes iguales en cada una de sus páginas, la del Sur por supuesto, la del Centro también, e incluso la del Norte, para ese viajero infatigable que suma exilios (España entre otros) y resta odios anclados en los errores del pasado. El Mundo que nos ve crecer, la pasión de decir todo aquello que la libertad del lenguaje nos brinda, la función del Arte, y todas esas crónicas de vida anunciadas que suceden en diferentes ciudades (Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, La Habana, Quito, Managua, Río de Janeiro, Caracas…) y que conforman, todas ellas, ese trocito de Mapamundi que se resiste a consumirse en la nada para que el viento, que todo lo puede, lo arrastre sin remisión como las cenizas de aquella memoria que algún día se hincó de rodillas ante la robótica asunción del capitalismo dictatorial más exacerbado. ¡Ave Fénix, Sudamérica Libre! Que es la que yo más quiero.

Abrázalo o deja que te abrace. Entrégate o deja que se rinda a ti. En todo caso léelo, maravíllate además con los múltiples grabados e ilustraciones firmados por el propio autor… y, claro está, actúa en consecuencia.-