“El 2 de enero de 1942 me trajo buenas noticias y malas
noticias.
Primero, las buenas noticias: descubrí que me habían
clasificado como 4F y por tanto no tendría que ir a la Segunda Guerra Mundial
para jugar a los soldaditos. No tuve en absoluto la sensación de ser poco
patriótico, porque yo ya había luchado mi propia Segunda Guerra Mundial en
España, cinco años antes, y tenía un par de agujeros de bala en el culo que lo
demostraban.
Nunca sabré por qué me alcanzaron en el culo. Me arruinaron
siempre cualquier relato de la guerra. La gente no te mira como a un héroe
cuando les cuentas que te pegaron un tiro en el culo. No te toman en serio,
bueno, ese ya no era mi problema. La guerra que comenzaba para el resto de
América se había acabado para mí.
Ahora, las malas noticias: no tenía balas para mi pistola.
Acababa de conseguir un caso para el que necesitaría mi pistola y no tenía ni
una bala. El cliente con quien me iba a encontrar más tarde, por primera vez,
quería que me presentase con una pistola y yo sabía que no se refería a una
pistola vacía.
¿Qué iba a hacer?
No tenía ni un céntimo a mi nombre y mi crédito en San
Francisco no valía nada. Había tenido que prescindir de mi oficina en
septiembre, aunque solo costaba ocho pavos al mes, y ahora estaba trabajando
gracias al teléfono de monedas que había en el vestíbulo del edificio de
apartamentos baratos en Nob Hill donde vivía, y donde debía dos meses de
alquiler. No podía conseguir ni treinta dólares al mes.
Mi patrona me resultaba una amenaza mayor que los japoneses.
Todo el mundo temía que aparecieran los japoneses en San Francisco y comenzasen
a subir y bajar las colinas en tranvía, pero yo me habría enfrentado a una
división entera si así hubiese podido quitarme a mi patrona de encima,
créanme.”