“Ascendió por las Ramblas, desfiló ante los quioscos
abiertos (el último libro sobre los secretos del socialismo español, el último
método para llegar a ser padre leyendo fascículos, la última revista con el
último culo descubierto por las fuerzas vivas del país) y llegó a la Plaza de
Cataluña. ¡Cómo había cambiado todo, diablos! Los quioscos respiraban libertad.
De noche no se apreciaba tanto la gran miseria colectiva, y al menos la ciudad
vibraba. Una muchacha repartía propaganda del PCC, un hombre exhibía una
pancarta para que la gente se adhiriese espiritualmente a una huelga que iba a
tener lugar en Sants, en la Bordeta, en Pueblo Nuevo, no se sabía dónde. Un
extranjero pedía dinero para la cena de alguien que parecía estar en
Düsseldorf. Un marica estaba a punto de convencer a un guardia urbano sobre los
derechos intangibles de su sexo.
El médico cruzó la parte final de la calle de Pelayo y se
metió en el Zurich, viejo café de clientes en paro, de hippies a la roña, de
poetas desesperados que esperaban cambiar su último cuaderno de versos por un
revolver Colt. Algunos extranjeros despistados contemplaban las estrellas desde
la terraza, oh, Barkelona beautiful, mientras los camareros contaban las
propinas, rubia a rubia, y maldecían su destino. Arriba, en el altillo, un
empresario intentaba convencer a los dos únicos obreros que le quedaban de que
las cosas cambiarían cuando su industria entrara en el Mercado Común.
Trabajándose un porvenir mucho más inmediato, un periodista trataba de poner
cachonda a su acompañante hablándole en rigurosa primicia de la última obra de
un filósofo turco.”
Crónica sentimental en rojo
Francisco González Ledesma